El narco no es una cultura, el narco se derrota con la cultura

A propósito de la polémica de Peso Pluma con el Festival de Viña, el historiador Adriano Rivadeneira entrega en esta columna una visión -que intenta no ser superficial ni conservadora- sobre el verdadero poder de la cocaína y cómo echa a andar la economía.

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Benjamín Espina
Por Adriano Rivadeneira


La coca la consume quien ahora está sentado a tu lado en el tren y la ha tomado para despertarse esta mañana, o el conductor que está al volante del autobús que te lleva a casa porque quiere hacer horas extra sin sentir calambres en las cervicales. Consume coca quien está más próximo a ti. Si no es tu padre o tu madre, si no es tu hermano, entonces es tu hijo.


Si no es tu hijo, es tu jefe. O su secretaria, que esnifa sólo el sábado para divertirse. Si no es tu jefe, es su mujer, que lo hace para dejarse llevar. Si no es su mujer es su amante, a quien él se la regala en lugar de pendientes y aún mejor que diamantes. Si no son ellos, es el camionero que trae toneladas de café a los bares de tu ciudad y no podría resistir todas esas horas de autopista sin coca.


Si no es él, es la enfermera que está cambiándole el catéter a tu abuelo y la coca hace que le parezca todo más liviano, hasta las noches. Si no es ella, es el pintor que está repintando la habitación de tu chica, que ha empezado por curiosidad y luego se ha encontrado con que ha contraído deudas.


Quien la consume está ahí contigo. Es el policía que está a punto de pararte, que jala desde hace años y ahora ya se han enterado todos y lo escriben en cartas anónimas que mandan a los oficiales esperando que lo suspendan antes de que haga alguna estupidez. Si no es él, es el cirujano que está despertándose ahora para operar a tu tía y con la coca es capaz de abrir hasta a seis personas en un día, o el abogado al que tienes que ir para divorciarte.

Es el juez que se pronunciará sobre tu causa civil y no considera que eso sea un vicio, sino sólo una ayuda para disfrutar de la vida. Es la cajera que está dándote el billete de lotería que esperas que pueda cambiar tu suerte. Es el ebanista que te está montando un mueble que te ha costado el sueldo de un mes. Si no es él, la consume el montador que ha venido a tu casa a instalar el armario de Ikea que tú solo no sabrías ensamblar.


Si no es él, es el administrador de la comunidad de vecinos de tu edificio que está a punto de llamarte por el portero automático. Es el electricista, precisamente ese que ahora está intentando cambiarte de sitio el enchufe del dormitorio. O el cantautor al que estás escuchando para relajarte.


Consume coca el cura al que te diriges para preguntarle si puedes confirmarte porque tienes que bautizar a tu sobrino, y se sorprende de que todavía no hayas recibido ese sacramento. Son los camareros que te servirán en la boda del sábado próximo, que si no esnifaran no podrían tener tanta energía en esas piernas durante horas. Si no son ellos, es el concejal que acaba de adjudicar las nuevas islas peatonales, y la coca se la dan gratis a cambio de favores”.

Así empieza una obra que me impactó mucho y uno de aquellos libros que, tras terminarlo, te obliga a estudiar, investigar, saber más: Cero Cero Cero de Roberto Saviano, un periodista italiano que regaló parte de su vida a la lucha contra el crimen organizado en su ciudad, Nápoles. Un periodista que vive con 10 policías, que lo acompañarán probablemente por toda su vida. Un héroe, con escolta. 

No es una cultura, no son unas canciones


El texto de Saviano es uno que podría ayudar no solo a nuestra visión sesgada, a veces infantil, seguramente superficial y conservadora, sobre las drogas, sobre qué son las drogas en sí y sobre qué es y qué significa el narcotráfico.


  • Invito a todas y todos a leer Cero Cero Cero. Lo encuentran en librerías.


Me gustaría empezar, para que hablemos de lo mismo, contando qué no es el narcotráfico. No es un fenómeno social que nació en los barrios pobres de nuestras ciudades, algo que tiene que ver con la marginalidad.


No es una cultura, no son unas canciones, no es el texto de una película, no es un poema, no son ni los muertos, ni los heridos, ni el abuso asociado, no son los chantajes, las amenazas, no son los barrios tomados, la policía corrupta.


Estos fenómenos son consecuenciales, simplemente el resultado de las políticas públicas que se aplican contra las drogas y su presencia en nuestro entorno, y esto no es solo en Chile o América Latina, en el mundo entero es así.


Son trágicas consecuencias, son brutales consecuencias. Quiero ser claro: no soy ajeno al sufrimiento de quienes viven con el dolor de haber perdido un amigo, amiga, un pariente, un vecino o vecina, por una bala loca o un asalto, o alguien afligido por el consumo.


Entonces, ¿qué es el narcotráfico del que tanto escuchamos hablar estos días y que parece estar lejano ahí en las noticias, en los barrios donde nunca un burgués o un cuico se dirige, menos que para comprar drogas?

No hay un sector de mercado que rinda más que la cocaína


El narcotráfico es un sector de la economía mundial, es política, y a veces geopolítica. Es finanza. Es poder fáctico. No verlo así, no ver la compleja imagen que se delinea, significa que nos será imposible comprender, en sí, el fenómeno.


Es tan complejo que intentaré reducirlo a lo que es el tráfico de droga más difuso y de mayor atención mediática y monetaria: la cocaína.


Usaré esta droga solo como excusa, para que nos demos cuenta del fenómeno en una escala abordable humanamente en una columna.


Ustedes, todas y todos, pueden proyectar esto a todo sector de la economía, con las debidas y obvias excepciones, y lo que significa el negocio de las mafias, del crimen organizado, que tiene muchas facetas, aristas, cuántos son los idiomas que se hablan en el mundo.


  • No hay un sector de mercado que rinda más que la cocaína. No hay inversión financiera que rente más. Doy un ejemplo.


Si en 2012 hubieras invertido 1.000 dólares en Apple, que se convirtió en la empresa con mayor capitalización en un momento, hoy tendrías 1.670 dólares.


Un alza increíble, sin duda, pero si hubieras invertido 1.000 dólares en coca a principios de 2012 ahora tendrías 182.000 dólares. La cocaína es un bien refugio. Es un bien anticíclico. No conoce escasez ni inflación.


La ONU, el año pasado, dice que se consumieron en África 25 toneladas, solo de cocaína, 18 en Asia, 3 en Oceanía. 125 toneladas en América Latina y el Caribe. Con las drogas, todas, no hay mediación, no hay sindicatos (menos que los criminales). Es un bien complejo.

Los Rockefeller de la cocaína


Millones de personas trabajan en esto. Ninguna de ellas se enriquece como los que saben colocarse en el eslabón preciso de la cadena productiva. Los Rockefeller de la cocaína saben cómo nace su producto, paso a paso.


Saben que en junio se siembra y en agosto se recolecta. Saben que la siembra ha de hacerse con una semilla procedente de plantas de al menos tres años y que las cosechas de coca se realizan tres veces al año.


Saben que las hojas recolectadas se han de poner a secar dentro de las 24 horas posteriores a la poda, de lo contrario se estropean y ya no las vendes.


Saben que el paso siguiente es cavar dos agujeros en el suelo. En el primero, junto a las hojas secas, hay que añadir carbonato de potasio y queroseno.


Saben que luego hay que machacar muy bien esta mezcla, hasta obtener una bazofia verdusca, el carbonato de cocaína, que una vez filtrado se ha de transferir al segundo agujero.


Saben que el ingrediente siguiente es el ácido sulfúrico concentrado. Saben que lo que así se obtiene es el sulfato básico de cocaína, la pasta básica, que hay que poner a secar.


Saben que los últimos pasos comportan el uso de acetona, ácido clorhídrico y alcohol absoluto. Saben que hay que filtrar otra vez y otra más. Y luego de nuevo a secar. Saben que así se obtiene el clorhidrato de cocaína, llamado comúnmente cocaína.


Saben, los Rockefeller de la cocaína, que para obtener más o menos medio kilo de coca purísima se necesitan tres quintales de hojas y un puñado de obreros a tiempo completo.


Un kilo se vende en Colombia a 1.500 dólares, en México entre 12.000 y 16.000, en Estados Unidos a 27.000, en España 46.000, en Países Bajos 47.000, en Italia 57.000, en Reino Unido 77.000.


El precio, al gramo varía de los 61 dólares en Portugal a los 166 dólares en Luxemburgo, 87 en Alemania, 96 Suiza, 97 Irlanda.


Si es verdad que de cada kilo de cocaína pura sacas 3 kilos de mercado, el tipo que encabeza este fenómeno, o mejor dicho, el CEO, o mejor dicho los CEO, o sea el Consejo de Administración de estas gigantescas empresas son los hombres más ricos del mundo.

Crean trabajo, crean riqueza


Estos CEO invierten ese dinero en el mundo de los que no tienen nada que ver con esto.


Invierten en hoteles, donde hay trabajadores, invierten en casas, donde viven trabajadores, hoteles donde alojan, invierten en equipos de fútbol que vemos cada domingo, de basket, invierten en seguros, en acciones bancarias, en restaurantes, bares, discotecas; compran barcos, automóviles, comunicación estratégica.


Invierten ese dinero para blanquearlo y así crean trabajo, crean riqueza. Crean capital, crean empresa. O sea, lo que dice cualquier neoliberal de cualquier sector de la economía y la finanza se pueda invertir.


Una vez hablé de esto con el Juez de la Antimafia italiana Alfonso Sabella, uno que estuvo peleando una guerra contra las mafias en Sicilia, durante los años ’90 y aun hoy en día es uno de los mayores exponentes a nivel mundial de cultura (esta si es una cultura) de Lucha contra la Mafia.


Porque la lucha a la mafia, al crimen organizado, es una cultura.

Por eso en Chile hablamos de Peso Pluma


Sabella me contó que el mundo de la legalidad sabe perfectamente quienes son estos CEO, sabe dónde alojan, dónde duermen, con quién follan, a qué hora lo hacen.


Arrestarlos a todos, utilizando todos los medios que un Estado tiene a disposición, sería casi un fácil juego.


“El problema es que, ese día, te encontrarás con 150.000 desempleados, solo en Italia, lo que significa, en media, 500.000 personas. O sea, sus familias, que de un día para otro no tendrán ingresos, ¿crees que esas personas no harán todo para defender sus intereses como la haría cualquiera?”, me dijo Sabella.


Quedé atónito. Porque esta riqueza, gigantesca, ciclópica, no termina siendo reinvertida solo en los aspectos legales de la economía, como si fuera poco, sino en aspectos ilegales.


El tráfico de personas, de armas, en guerras, en países devastados por las armas mismas, en tráfico de basura. Hoy en día basura y seres humanos son los sectores más ricos en los cuales los CEO del tráfico internacional de drogas invierten. No la droga. Ésta es solo un aspecto más.


Pero entendí algo. La lucha al narcotráfico tiene que traducirse en la lucha contra la mafia, que es solo un nombre para identificar algo.


Y esta no pasa por la estigmatización del fenómeno, ni por la persecución en las calles de quienes venden unos gramos para comprarse las zapatillas nuevas y luego compran pan para llevar a casa o hacerse un video en TikTok.


Pasa por la persecución macroeconómica, con policías puestas en condiciones de operar a los máximos niveles.


Se hace con alineación y colaboración entre quienes luchan en los países productores y países consumidores, de manera seca, directa, sin travas, sin obstáculos. Se hace con políticas públicas, aprendiendo de quienes emprendieron esta lucha que lleva ya más de 70 años y ha provocado millones de muertos, heridos, empobrecimiento, abuso, todo lo que sabemos y sabremos pronto.


El narcotráfico no es una cultura; el narcotráfico se derrota con la cultura.


  • En Chile no se invierte en cultura, por eso en Chile hablamos de Peso Pluma.